Había muchos momentos
en que no podía hablarle y la vergüenza me pasaba la cuenta. No podía mirarlo
sin sentir odio. Ese odio que yo negaba y reemplazaba por amor. Un amor falso
que me lleno de dudas y me arruinaba cada vez que me levantaba de mi cama; un amor
que me detestaba y me arrodillaba cada vez que encontraba un hilo del cual
manejarme.
Los días pasaban y me iba perdiendo entre dudas que me llenaban el cuerpo de ilusiones rotas y sueños inconclusos. Me iba haciendo promesas que luego postergaría, y me alimentaba de recuerdos que pronto olvidaría...
Miraba hacia la ventana y me colgaba entre
nubes que dibujaban lunas irreales, soles infinitos y estrellas inalcanzables.
Después de horas volvía a él y pensaba en lo falso que era todo. El tiempo que
habíamos pasado, pero sin embargo, no podía abandonarlo. No antes, no ahora, no
nunca…
Y eso era lo que me enfermaba, me dejaba
tirada y sin ganas de nada. Estaba cansada, y miles de alarmas sonaban en mi
cabeza. Noticias que hablaban mal de él, que me demostraban su poco y casi nulo
amor hacia mí.
Noticias que me arrancaban el corazón y hasta
a veces me podía encontrar horas mirando hacia la nada, imaginándome feliz,
contenta y sonriendo. En esos momentos me daba cuenta perfectamente que él no
era para mi, y yo no era para él. Ambos necesitamos mejores personas, solamente
esta el miedo de la soledad, el cagazo de dejarnos. Es imposible, es
enfermizo...
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